miércoles, 15 de febrero de 2012

Isabel y Adolfo

Isabel y Adolfo.


Hace ya bastantes años que mis abuelos paternos nos dejaron y curiosamente en vez de olvidarlos, cada vez los añoro más.

Mi abuelo me enseño el valor de la palabra, por eso nunca la malgastó y solo hablaba cuando lo que tenía que decir era realmente interesante, también me enseño el valor de la risa; la regalaba sin escatimar. Con él descubrí, que los mayores placeres de este mundo están en el fondo de una copa de vino o una taza de café, compartidos sin prisa.

Me transmitió la comodidad de los zapatos de cordones y la txapela. Era elegante y austero. Mi abuelo era muy elegante.

Me enseño que la dignidad se adquiere por decisión propia y su valor es incalculable, pero por mucho dinero que se pueda tener nunca se puede comprar.

Me descubrió lo poco que valen las monarquías y lo mucho que nos cuestan.

Sembró en su familia las semillas de la lealtad, el honor, la humildad y las cuidó hasta el día que se fue.

Cada vez que regresábamos de un paseo por el monte, su mayor empeño era que todo quedara como si no hubiéramos estado allí.

Pero el mayor regalo que nos dejo, fue la fe en que, si no tienes miedo, todo es posible.

Mi abuela era pequeñita, pizpireta, pura dinamita, lista, ahorradora, trabajadora infatigable y lectora empedernida. Con los suyos fue mano de hierro en guante de terciopelo. A su alrededor siempre había hijos o nietos, daba igual la hora o el día.

En los años en que mi abuelo anduvo por el monte, huyendo de guardias civiles y falangistas por el delito de ser ferroviario, mi abuela sacó adelante a sus nueve hijos, sola; dándoles de comer tortillas francesas sin huevo y peladuras de patata cocidas, aderezadas con lo inimaginable.

Se arreglaba como si fuera de boda hasta para bajar a comprar el pan. Siempre con sus zapatos de dos colores, marrón y blanco, azul marino y blanco, negro y blanco. Me enseño que no es lo mismo limpiar zapatos que sacarles “lustre”.

Con más de setenta años decidió hacer lo que no pudo en su juventud, estudiar medicina.

Siempre estaba ocupada y siempre tenía todo el tiempo del mundo para nosotros. Quizá por eso una de sus máximas mas repetidas fue “el que mas hace es el que menos tiempo tiene para dedicarse a criticar”.

Ignacio Gutiérrez del Olmo

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